¿Qué es un beso?
"No es seguro que el ser humano sea el único animal capaz de hablar; las hormigas ciertamente comunican cuestiones muy complicadas a través de la emisión de estímulos químicos, y las abejas tienen la capacidad de guiar el vuelo de sus hermanas con movimientos vibratorios del abdomen; pero hasta donde sabemos, ningún animal acerca sus labios a los labios del otro doblando la cabeza de manera delicada e insinuante, ningún animal acaricia con la lengua y delicadamente las comisuras de los labios de los otros, ningún animal introduce la lengua en la boca del otro animal para rozar la superficie y sorber la dulzura de la boca. Ningún animal conoce este lenguaje llamado beso, capaz de comunicar de modo infalibe e inequívoco la química inexplicable del placer y del deseo."
Franco "Bifo" Berardi. El umbral. Crónicas y meditaciones.
Manual básico de consulta para aclarar dudas
Somos seres extáticos
"Nuestro propio sentido de persona está ligado al deseo de reconocimiento, y (...) el deseo nos posiciona fuera de nosotros mismos, en un reino de normas sociales
que no escogemos totalmente, pero que proveen los horizontes y los recursos para cualquier tipo de sentido de la elección que tengamos. Esto indica el carácter extático de nuestra existencia es
esencial para la posibilidad de persistir como humanos. (...) Como sexuales, dependemos del mundo de los otros, somos vulnerables a la necesidad, a la violencia, a la traición, a la compulsión, a
la fantasía; proyectamos deseo y nos lo proyectan".
Judith Butler, Deshacer el género.
El peligro de perder la intimidad
En la actualidad el pudor o la vergüenza se
vuelven obstáculos para la inserción plena del sujeto en los entornos virtuales, del mismo modo que la intimidad se tranforma en un simple “nicho de mercado” cuando nuestra vida se vende y compra
en las redes sociales. Al producirse esa sobreexposición constante, el ser humano se ha vuelto sumamente frágil y sus emociones siempre están a flor de piel, cualquier situación puede herirle en
lo más profundo de su ser. Por eso, como es tan superficial e infantil, resulta muy sencillo abocar a cualquier persona a situaciones de sufrimiento insoportable que acaban de la peor
manera.
Nos dice Agamben que la intimidad es el "uso de sí mismo en cuanto relación con un
inapropiable. Ya se trate de la vida corporal en todos sus aspectos (icluidos esos ethe elementales que son, como hemos señalado, el orinar, el dormir, el defecar, el placer sexual, la
desnudez...), ya de la especial presencia-ausencia de nosotros mismos que vivimos en los momentos de soledad, lo que exprimentamos en la intimidad es nuestro tenernos en relación con una zona
inapropiable de no-conocimiento." Una de esas situaciones es la vergüenza por la desnudez de nuestro cuerpo que "nos parece lo más extraño, no podemos de ninguna manera asumir y querríamos por
ello, esconder". Y dentro de la relación sexual, lo que más teme el amante es ser reducido a objeto. Ese sentimiento de vergüenza y protección surge de manera automática al someternos al juicio
de los demás, porque permitimos una apertura a nuestra intimidad, pero ignoramos lo que el otro piensa de nosotros. Esto obliga a que en las relaciones amorosas se dé un pacto implícito, una
confianza en que la intimidad compartida no será juzgada ni expuesta. De no darse ese acuerdo, la relación es imposible que fructifique, a no ser que se fundamente en el abuso y la
violencia.
Hoy la identidad también fluctúa, es decir, se acepta que cada persona es una
discontinuidad, que se configura como pura expresión a partir de las relaciones que mantiene en internet. En estos vínculos efímeros, la vergüenza se convierte en un sentimiento que se ha de
superar continuamente para garantizar la participación activa y el reconocimiento instantáneo de los otros usuarios. Es probable que las personas sigan sintiendo pudor al mostrar su intimidad,
sin embargo, deben ser capaces de ignorar ese escrúpulo constantemente, arriesgándose al juicio de los demás. No obstante, superar ese reparo pudoroso a la sobre-exposición es bastante sencillo:
primero por la mediatización de la tecnología (que impide un contacto directo con la mirada del otros), segundo por la mayor simulación (se sobrentiende que los usuarios retocan las imágenes),
tercero por la ambigüedad de la memoria en la red (aunque se puedan rescatar los mensajes pasados, el interés por nosotros es a corto plazo). Todo este proceso tiene como finalidad la consecución
de lo que Alicia M. de Mingo denomina una intimidad extimable, en una mezcla de estima y exterioridad, que pervierte el valor de esa expresividad
personal convirtiéndola en un mero acto de exhibicionismo. Así expresa De Mingo la turbadora ingenuidad del usuario de las redes sociales: “mira lo que
hago, mira lo que pienso, atiende a cómo me expreso, considera cómo disfruto de esto o aquello, o cómo me divierto… o qué es lo que me apena o lo
que odio…”. Las relaciones se vuelven obscenas y masoquistas.
El amor en tiempos de Tinder
Nos dice Tamara Tenenbaum: "La descripción de Flynn tiene muchas particularidades culturales
que varían según el contexto, pero rescata un cambio clave en la dinámica de la soltería heterosexual de los últimos años que me interesa resaltar: las mujeres que tienen sexo ya no molestan,
aunque el deseo femenino todavía es algo para lo que socialmente no existe lugar. Ser una “mina fácil” ya no es un tema; ni siquiera lo era cuando yo era chica. Al contrario, todas queremos esa
imagen: ser fáciles significa no dar problemas, llegar al orgasmo por penetración y siempre en el momento justo. Pero el deseo no funciona así: el deseo no puede ser perfectamente simétrico todas
las veces, y casi diría que no lo es ninguna vez. Es una fuerza de choque, un desencuentro permanente; por eso los chispazos en los que aparece ese encuentro con el otro son tan explosivos,
porque son escasos, porque faltan, porque son siempre insuficientes. En esa insuficiencia radica la potencia de una búsqueda que nunca se acaba. Si nosotras nos limitamos a amoldarnos a lo que
ellos parecen querer, tratando de adivinar su deseo y espejarlo, nuestro deseo queda sepultado en el olvido y, en algún sentido, el de ellos también. Sin una resistencia, sin una demanda del otro
lado, sin un sujeto con su propia entidad, coger es masturbarse con una muñeca inflable. No me sorprende que existan muchísimas mujeres que pasan años teniendo sexo sin alcanzar un orgasmo;
mujeres a las que nunca, jamás, un hombre les ha hecho un cunnilingus y que jamás han pensado en pedirlo.
Aprendemos a derivar nuestro placer del hecho de complacer a otro. Es una parte del sexo importantísima (la mitad, quizás), pero no puede serlo todo. En ese intento de no hacer nada raro, de no
pedir, de no molestar, tu cuerpo se va volviendo una herramienta, no solo para otros sino para vos misma: algo que te sirve, que usás, pero que no vivís. Te vas separando de él, te vas
disociando. Pero mejor eso que ser una chica difícil. Una chica demandante, que se enoja, que dice esto sí, esto no, esto me duele, esto me gusta. Y no se trata solo de sexo porque, por supuesto,
el deseo no se trata solo de sexo."
Tamara Tenenbaum, El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI.
La píldora anticonceptiva y el Viagra como tecnologías de control del cuerpo.
La industria farmacológica muta constantemente, alcanzando aplicaciones más concretas y sofisticadas. Si, en general, se puede decir que la droga altera la conciencia, también, podemos señalar cómo modifica la percepción del cuerpo, su uso y su goce. Ya en la publicidad de la cocaína se había señalado su capacidad para aumentar el rendimiento físico, acoplándolo al ritmo de la maquina industrial y, además, se había señalado su uso sexual. La coca se vendía para garantizar la vitalidad masculina y eliminar la frigidez femenina. Los anuncios se llenaban de imágenes de mujeres voluptuosas que prometían placer. Y hoy, en el uso del cuerpo, el vínculo entre química y goce es cada vez más explícito.
El sexo se ha convertido en un elemento sobreexplotado por la industria del entretenimiento. Frente a la sobrexcitación por los reclamos sexuales y la orden de gozar, muchas personas se encuentran con el cansancio del cuerpo, el nerviosismo, la aceleración de las relaciones y la ansiedad que le alejan de la apetencia sexual, porque, para abandonarse al uso erótico de los cuerpos es necesaria la imaginación y la demora. Mientras que hoy se pide una respuesta física inmediata y un orgasmo rápido que pueda ser integrado en el ritmo del consumo constante. Sin tiempo para excitar los cuerpos y para desplegar un imaginario erótico propio, el ser humano se siente presionado y puesto a prueba optando por el uso de fármacos. Tal y como comenta Bifo, “el soporte farmacológico, y dentro de este las drogas para la disfunción eréctil, como el Viagra, tienen más que ver con la disminución de la atención de la que hablo que con la impotencia física”. Específicamente, el hombre debe demostrar de manera eficaz su virilidad, de ahí que el uso del Viagra se haya extendido desde el ámbito médico hasta el lúdico, facilitando el acceso al placer.
Paul B. Preciado considera que al uso del Viagra hay que unirle toda una serie de productos farmacológicos con aplicaciones sexuales, no sólo para los encuentros eróticos inmediatos, sino para la transformación de los cuerpos. El espacio más amplio lo ocupa el control de la natalidad que se realiza a través de las hormonas introducidas en el cuerpo de la mujer. Por eso Preciado escribe que “el estrógeno y la progesterona, bases moleculares de la producción de la píldora anticonceptiva, son hoy, incrementándose su invención en 1951, las sustancias más fabricadas por la industria farmacéutica mundial, convirtiéndose así en las moléculas sintéticas más utilizadas de toda la historia de la medicina”. Desde ese momento, la capacidad de reproducción pasa a estar en manos de la industria farmacéutica que promociona la alteración hormonal como un paso imprescindible en la libertad sexual de las mujeres. De esta forma, durante varias generaciones, se han aceptado estoicamente la panoplia de efectos secundarios: aumento de peso, cambios de humor, dolores de cabeza, náuseas… y pérdida del deseo sexual.
La píldora anticonceptiva fue descubierta durante una investigación para mejorar la fertilidad. Preciado relata cómo la primera experimentación sólo adquiere verdadero sentido en el marco de la ideología colonial, pues se probó en Puerto Rico “entre las mujeres de la población negra local y, simultáneamente, entre varios grupos de pacientes psiquiátricos del Worcester State Hospital y entre los reclusos de la prisión del estado de Oregon entre 1956 y 1957”. La finalidad de estos experimentos era la planificación de la natalidad y, también, la disminución de la libido para el control del comportamiento homosexual en las cárceles. Pero, además, la píldora se convirtió en un auténtico dispositivo de feminidad, en la medida en que, por ejemplo, se decidió que su consumo incluyera un descanso de una semana, para que se pudiera tener un simulacro de menstruación. Pues a la industria le preocupaba que la mujer hormonada no se considerarse a sí misma dentro del ciclo natural de la reproducción e igualmente femenina. Este proceso de transformación del cuerpo lleva a Preciado a acuñar el término de “bio-drag” o travestismo somático, es decir, “producción farmacopornográfica de ficciones somáticas de feminidad y masculinidad”. A esto se ha añadido la certeza científica de la disminución de la libido. Un problema cuya la solución química es el uso de la testosterona, aún lastrado por el tabú de la adquisición de rasgos masculinos.
Sin embargo, el proceso de “capitalización del ser vivo” no se ha parado con la colonización del cuerpo de la mujer, sino que se ha extendido en las últimas décadas al hombre. En el momento en el que el falocentrismo comienza a temblar y el hombre necesita demostrar su potencial sexual de manera rápida y expeditiva, se empieza a comercializar esa molécula vasodilatadora de laboratorio. Por eso, Preciado indica que “Hoy, más que falocracia, habría que hablar de “falocontrol”, de un conjunto de dispositivos políticos que luchan por diseñar los límites de la nueva masculinidad”. El hombre se ve obligado a abandonar su autonomía sexual, para ponerla en manos de la química. Teniendo en cuenta que la industria continuará sofisticando el proceso de apropiación, la mujer también tendrá su oportunidad de acceder a productos que garanticen el placer. Se trata de la manifestación más clara de la biopolítica, del capitalismo colonizador de la carne: de las necesidades básicas al deseo.
Satisfyer
Respirar al ritmo del universo
Del erotismo a la pornografía.
En este mundo no se sueña. Cuando llega la noche las personas están tan agotadas que en lugar de deslizarse hacia la ensoñación caen rápidamente en una especie de inconsciencia de la que despiertan con el soniquete del teléfono móvil y la mente vacía o, en el extremo opuesto, se mantienen insomnes y vagando durante horas por los entornos virtuales. Se ha producido el alejamiento de lo real a través de la mediatización de la imagen, se han roto las relaciones cara a cara con los demás y se ha comenzado un proceso de desprecio de la carne señalada como elemento perturbador. Para conseguirlo se está desplegando una estrategia de control, castigo y abandono del cuerpo donde el erotismo sufre un ataque constante. El objetivo es transformar la sexualidad humana en un espacio de goce eficaz, frío, limpio y desapasionado mediatizado por un universo de imágenes obscenas sofisticado y diverso capaz de satisfacer los deseos del consumidor más exigente. La conversión de la pornografía en un mercado lucrativo potencialmente infinito se ha conseguido gracias al ambiguo equilibrio sobre el que oscila su capacidad de excitación: entre su fácil acceso actual, la condena moral a su consumo y el halo de transgresión, entre la reivindicación de la libertad sexual y el pago por el uso de los cuerpos, entre la provocación o pérdida de control ante la obscenidad y el reflejo del propio deseo, entre el rol de dominio del penetrador y el de humillación del penetrado, etc. Todos estos elementos aparecen mezclados espoleando el deseo y, paralelamente, domesticando y complejizando el imaginario erótico, generando una cantidad ingente de productos que se renuevan de manera constante. En la pantalla se muestran variaciones infinitas de siempre lo mismo que enfrentan al espectador a una suerte de eterno retorno necesario para el ritual onanista. A cada quien según sus deseos.
Hasta los años 50’ del pasado siglo las representaciones eróticas habían estado relegadas a un espacio marginal, aunque popular. Por un lado, se entendía que la sexualidad pertenecía al ámbito de la privacidad y el secreto, donde gran parte del deseo se reprimía o se sublimaba; por el otro, proliferaban toda una serie de productos culturales obscenos que iban unidos a la prostitución y prácticas sexuales mal consideradas (homosexualidad, travestismo, etc.). En aquel momento, sacar todas estas formas de placer del gueto y mostrarlas al gran público se convirtió en una actividad excitante en sí misma. La liberación y exaltación del erotismo en la diversidad de imágenes y relatos que se realizaron a partir de entonces se asentaba sobre una reivindicación de la sexualidad como algo que iba más allá de la mera satisfacción de un apetito natural con una finalidad reproductiva. Con el uso del concepto de erotismo se apuntaba a la exploración de una vivencia específica del deseo entendiéndolo como una herida abismática capaz de desestabilizar la vida corriente al conectarse con el anhelo de una inmanencia infinita. La imagen erótica en su vertiente más transgresora aspiraba a alimentar el caos de un deseo productivo que se encontraba enterrado en la propia carne.
Las primeras representaciones pornográficas que se difundieron al gran público tuvieron la oportunidad de provocar un choque sensorial en el espectador que sentía cómo se despertaba un deseo crudo por la representación obscena del cuerpo del Otro. Repentinamente, el sujeto se encontraba colocado en una posición de dominación donde la excitación visual directa se convertía en una experiencia desconcertante y levemente sádica al establecer una nueva dialéctica con el objeto de deseo. En la imagen, el Otro abría su cuerpo al voyeur ofreciéndose como mera carne sin libertad de la que poder hacer uso. De ahí que la pornografía se encontrara con cierta oposición moral e intelectual, pues la imagen se adentraba en la intimidad del cuerpo para exhibirla como puro material de masturbación.
La actriz porno y el deseo masculino.
Explica Virgine Despentes: La idea según la cual la pornografía se articula únicamente en torno al falo resulta sorprendente. Lo que vemos son, en realidad, cuerpos de mujeres. Y a menudo cuerpos sublimados de mujeres. ¿Hay algo más inquietante que una actriz porno? Ya no estamos en el domino de la "bunny girl", de la chica de la puerta de al lado, que no da miedo, que es de fácil acceso. La actriz porno es la liberada, la mujer fatal, la que atrae todas las miradas y provoca forzosamente una inquietud, ya sea ésta deseo o rechazo. ¿Pero por qué nos dan pena estas mujeres que poseen todos los atributos de la bomba sexual? (...)
El porno, fácilmente denunciado por su capacidad de perturbar la relación que la gente tiene con el sexo, es en realidad un ansiolítico. Por eso lo atacamos con virulencia. Es importante que la sexualidad nos dé miedo. En la película porno sabemos que la gente va a "hacerlo", esta posibilidad no nos inquieta, mientras que sí lo hace en la vida real. Follar con alguien desconocido da siempre un poco de miedo, a menos que se esté muy borracho. Es incluso una de las cosas más interesante del asunto. (...) No podemos vivir en una sociedad espectacular invadida por representaciones de seducción, de flirteo, de sexo, y no ser capaces de entender que el porno es un espacio de seguridad. No estamos dentro de la acción, podemos ver cómo otros lo hacen, cómo saben hacerlo, con la mayor tranquilidad. (...)
¿Por qué el porno es el dominio exclusivo de los hombres? ¿Por qué, si el porno es una industria que tiene tan sólo treinta años, son ellos los principales beneficiarios económicos? La respuesta es la misma en todas las situaciones: el poder y el dinero resulta desvalorizantes para las mujeres que los poseen. (...)
Sólo los hombres imaginan el porno, lo ponen en escena, lo miran y sacan provecho; así el deseo femenino se ve sometido a la misma distorsión: debe pasar por la mirada masculina.
Virgine Despentes, Teoría King Kong
DEBATE PROSTITUCIÓN
Fantasía y deseo. ¿Grado cero?
Preciado propone que el porno permitiría comprender mejor la sexualidad humana como producto cultural: “La pornografía dice la verdad de la sexualidad, no porque sea el grado cero de la representación, sino porque revela que la sexualidad es siempre y en todo caso perfomance, representación, puesta en escena, pero también mecanismo involuntario de conexión al circuito global excitación-frustración-excitación”. La sexualidad se alimenta de las fantasías, el deseo y las expectativas, a la par que empuja a los cuerpos a través de esa obscenidad pura. Y si buscamos ese grado cero de la sexualidad, es posible que no se encuentre en la pornografía, aunque Slavoj Zizek sostiene que sí estaría en la masturbación orientada por la pornografía (en los últimos años). La fantasía para Zizek no cumple un papel anecdótico en la sexualidad, sino que es el motor de la excitación en nuestra relación con el otro. Lo difícil es ser capaz de proyectar el deseo en la persona amada a partir del ideal masturbador. Esa fórmula privada, nos dirá Zizek, “(…) no sólo realiza un deseo en forma alucinatoria: su función es más bien similar al “esquematismo trascendental” kantiano –una fantasía constituye nuestro deseo, provee sus coordenadas, es decir, literalmente “nos enseña cómo desear"”. Si llevamos esta idea al papel que juega la pornografía, podríamos decir que el problema se encuentra en el consumo masivo de productos estandarizados, superficiales, con la representación de un rito tan cerrado, que limita la capacidad personal para crear ese “esquema trascendental”. La imagen interior se adapta a lo visto.
Si bien es cierto que en la película pornográfica no sólo hay piel, órganos y goce, sin embargo, se pierde la profundidad del erotismo. El “esquema trascendental” debe quedar en un espacio resguardado del ser humano, desvelarlo por completo puede acabar con el secreto que impulsa el deseo. Es decir, la transparencia absoluta no es deseable, porque “para poder funcionar, la fantasía debe permanecer “implícita”, debe mantener cierta distancia con respecto a la textura simbólica que sostiene, y debe funcionar como su transgresión inherente”. El arte, como el erotismo, necesita la distancia de la fantasía. Por eso, para Zizek, el contacto con cualquier otra persona exige cierta ocultación, dado que “la apertura excesiva (revelando un secreto, una alianza, una obediencia…) de una persona a otra se convierte fácilmente es una repugnante intrusión excremental”. Para Zizek, revelar al amante las propias fantasías sólo puede acabar en incomprensión, pérdida del deseo o, incluso, repulsión.
En cualquier caso, Zizek considera el porno como una creación casi utópica, porque trata de conciliar dos opuestos a partir de la creación de un ritual sumamente codificado:
El antagonismo más difícil de sostener en la pornografía es el que presenta la “unidad de los opuestos” en su forma más radical: por un lado la pornografía involucra una externalización total de la más íntima experiencia de placer (…); por otro lado, la pornografía es, a causa de su misma “desvergüenza”, probablemente el más utópico de todos los géneros: es propiamente “edénico” en la medida en que involucra la suspensión frágil y temporal de la barrera que separa lo íntimo privado de lo público.
Igual que una relación sexual puede resultar ridícula, vista desde la distancia o al tomar conciencia de las posturas y los gestos. El porno también se sostiene en un frágil equilibrio que le hace oscilar de lo excitante a lo cómico o desagradable.
Defensa del tactilismo. Para ver, cierra los ojos.
Soy una mano. La mano es un instrumento. Soy, por lo tanto, un instrumento. Un instrumento para exteriorizar y captar las emociones (no soy, pues, un instrumento de trabajo). En la palma de mi alma están incisas las líneas de la vida. De vez en cuando me sitúo delante de un espejo y leo esas líneas. Hace tiempo que esta actividad perdió para mí el componente narcisista ansioso. Soy una víctima del tactilismo. Tengo demasiadas zonas erógenas para un solo cuerpo. Nunca trabajo, y sin embargo mis dedos se mueven continuamente, incluso cuando duermo. Se contraen, se abren, se entrecruzan y en ocasiones cambian de lugar. De cuando en cuando se esfuerzan por decir algo a los sordomudos que les circundan. Lo más a menudo en vano. Nadie quiere comprender el lenguaje de los signos, el lenguaje no verbal, que sin embargo es el único lenguaje capaz de expresar la polisemia de las cosas y los hechos, pues brota de las fuentes inextinguibles de la imaginación. Para nuestra civilización es una lengua de incivilizados, de psicópatas e inválidos, ya que no se puede sacar partido económico de ella.
Soy una mano con seis dedos palmeados. En lugar de uñas tengo pequeñas lenguas puntiagudas y glotonas con las que lamo el mundo. (Jan Svankmajer, Autorretrato, 1999)
A modo de conclusión.
El sexo no podrá convertirse jamás en una mera actividad lúdica o reproductiva, no hay domesticación que valga. Los cuerpos no toleran la ausencia del Otro y acaban clavando la mirada, alargando la mano, mezclándose en el lenguaje de las caricias y separándose satisfechos, frustrados o enfadados.
La única manera de romper con el hechizo de la imagen es reintroducir la carnalidad de lo erótico, aunque en la fragilidad de los cuerpos esté uno de los principios del deseo y una primigenia tentación de violencia. El erotismo es así de incómodo y de problemático. Siempre resultará angustiosa la lasitud del amante con su cuerpo expectante e impaciente. Tampoco se llegará a manejar del todo el deseo del Otro. En cada encuentro su cuerpo se mantendrá como la encarnación de una alteridad extraña e indescifrable. Desde ese instante ya no hay distancia que valga. El contacto con el Otro es la oportunidad de acercarnos a la experiencia de una inmanencia excedente. Las tornas cambian constantemente y se pierde el control del deseo y del proceso de excitación. Lo que el espectador espera encontrar en su dispositivo tecnológico es precisamente eso, lo anhela desesperadamente en cada clic. Quiere una alteridad que lo conmueva, que le vuelva a vincular a lo humano. Se acaba añorando el aliento del Otro, el estar cara a cara, el tratar de retener su cuerpo. No hablamos de una carencia, de la frustración de un apetito insatisfecho, de una necesidad sexual perentoria que empuje a un comportamiento compulsivo persiguiendo el goce. Sino que el Deseo es siempre una experiencia más abierta, de una ambigüedad sugerente, mezcla de anhelo, voluntad, imaginación y posibilidades.
Es el Otro el que se convierte en una oportunidad para el Deseo. Una oportunidad problemática, porque el Otro siempre nos está metiendo en líos. Al acercarnos al objeto de deseo ya vamos descubriendo la incomodidad de tener que realizar cierta hermenéutica para averiguar sus intenciones y saber si la aventura merece la pena. El amante acepta que esa relación va a cuestionar su deseo, a evidenciar carencias de las que no era conocedor, a despertar nuevas hambres. El Otro hace que el mundo en el que estábamos insertos, tranquilamente identificados con nuestro Yo, se tambalee. Al ofrecernos su cuerpo nos entrega parte de su mundo. Hasta ese momento no teníamos ni idea de que había tantas cosas apetecibles. Es un Deseo de no se sabe bien el qué alimentado por la curiosidad, el anhelo de aventura, de riesgo o de amor.
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